Diego Petersen Farah
En Diatriba de amor contra un hombre sentado, monólogo para teatro de Gabriel García Márquez estrenado en La Habana en 1988 (mucho menos reconocido de lo que debería), la protagonista, Gabriela, le reclama a su marido tantas cosas, pero tantas cosas, que a fin de cuentas termina hablando y reclamándose a sí misma. Todo aquello que su marido representa es en realidad lo que ella odia de si misma. Las sociedades – y la tapatía no es la excepción – no parecemos un poco a Gabriela: de tanto odiar y hablar mal de los diputados, en realidad acabamos hablando de nosotros mismos.
El congreso es una fotografía de la sociedad. Si se quiere una foto mala, una foto que evidentemente no nos gusta pero un foto al fin. Y no nos gusta porque se parece demasiado a aquello que odiamos de nosotros mismos. Los diputados no son un más ni menos aprovechados, ni más ni menos agachados, ni más ni menos corruptos de lo que somos como sociedad. Por eso los odiamos tanto, por que además de ser todo lo que son, son lo más parecido a nosotros que podamos imaginar, y eso nos enferma, nos confronta, nos recuerda que es justamente eso que no queremos ser.
Los diputados están en la parte más baja de la escala de confianza: por debajo de los policías, los agentes de tránsito, otros políticos y periodistas. Nadie confía en ellos por que lo que hacen simplemente no es de fiar. Dice un dicho anglosajón que durante su vida un hombre nunca debería enterarse de dos cosas: cómo se hacen las salchichas y cómo se hacen las leyes. Alguien que tiene la poca suerte de conocer el proceso de elaboración de una salchicha nunca más volverá a comer un hotdog con el antojo y el apetito con el que solemos acercarnos al carritode la esquina.
El que tiene acceso a cómo se hacen las leyes, nunca más vuelve a confiar en la representatividad de sus diputados y comienza a tener serias dudas sobre sus convicciones democráticas. Se requiere un estomago muy duro para que ambas cosas no nos causen nausea. Es un proceso demasiado sucio y manoseado como para creer que esa tripita rosa envuelta en plástico es carne, y que ese tráfico de intereses envuelto en leguaje legaloide es democracia. Y sin embargo todos los días salimos a la calle, comemos salchipulpos o hotdogs, y respetamos, más o menos las leyes, pero sobre todo exigimos que nuestros vecinos las respeten, independientemente de quien y cómo las hizo.
Ante la invitación del Congreso de Jaliscopara exponer en la Sede Del poder legislativo, el artista tapatío de origen español, Pedro Escapa, decidió armarse una manifestación. Paradójicamente, la manifestación virtual de Pedro es menos efímera que las reales. Es una manifestación que quedó plasmada con todos sus reclamos, sus consignas, sus gritos desesperados. La manifestación de Pedro es por invitación. Él selecciono a los miembros de la sociedad civil que le pareció pertinente para enfrentarlos, cada uno con su consigna, a los diputados.
En este juego de espejos, Pedro enfrento 39 consignas de 39 ciudadanos – artistas, activistas, escritores, arquitectos, publicistas…- a los 39 diputado. Las consignas que componen esta diatriba van desde el pragmatismo hasta el idealismo, desde el grito desesperado hasta el silencio elocuente del cartelón en blanco. Son 39 visiones de la sociedad que quieren ser contrapuestas a 39 diputados que representan lo que hoy somos: la sociedad del impasse, la cultura de la ilegalidad, la práctica cotidiana del rencor y la transacción de intereses particulares.
Las 39 consignas son una diatriba colectiva. Un discurso fuerte y acusador que busca violentar el status quo, modificar una forma de hacer política que no incluye a los ciudadanos, la costumbre de tomar decisiones que no solucionan nada, de verse permanentemente al ombligo y no levantar la mirada.
Como en el libro de García Márquez, donde el furibundo discurso de Gabriela contra su marido (que apoltronado en su sillón es ajeno a las molestias de su mujer) termina siendo más una manifestación de inconformidad con su propia vida, las 39 consignas que componen este libro van más allá de manifestación contra los diputados; son un grito desesperado de la sociedad que queremos ser y no termina de nacer, le gritamos a los diputados para escucharnos a nosotros mismos. Rechazamos a los diputados, que ya no nos representan, por que no nos gusta la representación de nosotros mismos.
¡Nada se parece tanto al infierno como un matrimonio feliz!, dice Gabriela en las primeras líneas de la Diatriba de amor… No hay peor infierno que una sociedad satisfecha y autocomplaciente, nos dice Pedro Escapa en su propia diatriba contra 39 diputados sentados, cómodamente, en un curul.
A quien corresponda…
Del 1 al 22 de septiembre de 2011.
Galería de Juristas, Legisladores Jaliscienses y Museo de Sitio.